viernes, 15 de enero de 2010

FRANZ KAFKA HA MUERTO

Murió en un árbol del que no quiso bajarse. "¡Baja!", le decían. "¡Baja! ¡Baja!". El silencio llenaba la noche, y la noche llenaba el silencio, mientras esperaban que Kafka hablara. "No puedo", dijo al fin con una nota de tristeza. "¿Por qué?", gritaron ellos. Las estrellas se esparcían por el cielo negro. "Porque entonces dejareís de preguntar por mí". Las gentes cuchicheabam entre sí y movían la cabeza de arriba abajo. Se abrazaban y acariciaban el pelo de sus hijos. Se quitaban el sombrero y saludaban al hombre escuálido y enfermizo con orejas de extraño animal y traje de terciopelo negro, sentado en el árbol oscuro. Luego dieron media vuelta y emprndieron el camino de sus casas bajo el dosel de hojas. Los niños cabalgaban en los hombros de sus padres, adormilados por haber sido llevados a ver al hombre que escribía sus libros en trozos de corteza que arrancaba del árbol del que se negaba a bajar. Con una letra delicada, bella e ilegible. Y admiraban aquellos libros, y admiraban su fuerza de voluntad y su resistencia. Al fín y al cabo, ¿quién es el que no desea hacer de su soledad un espectáculo? Una a una, las familias fueron despidiéndose con un buenas noches y un apretón de manos, sintiendo una repentina gratitud por la compañía de los vecinos. Se cerraron puertas de casas calientes. Se encendieron velas en la ventanas. Lejos, encaramado en el árbol, Kafka tendía el oído a todo aquello: el roce de las ropas que caían a suelo, de labios que recorrían hombros desnudos, de camas que crujían bajo el peso de la ternura. Todas estas cosas llegaban a las delicadas valvas de sus orejas y rodaban como bolas por la vasta sala de su mente.
Aquella noche se levantó un viento helado. los niños, al despertarse, fueron a las ventanas y vieron el mundo revestido de hielo. Una niña, la más pequeña, chilló de alegría y su grito rasgó el silencio e hizo estallar el hielo de un roble gigante. El mundo refulgía.
Lo encontraron helado en el suelo, como un pájaro. Dicen que cuando acercaron el oído a la valva de su oreja se oyeron a sí mismos.
Del libro "Historia del amor" de Nicole Krauss
Fotografía "Las ciudades invisibles" está hecha por mí.
Un besazo para todos los erizos.
Almudena


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